- Adilson Vieira

- 12 jun
- 3 Min. de lectura
Por Adilson Vieira
En los últimos meses, hemos sido testigos de una ola de críticas hacia la elección de Belém do Pará como sede de la 30ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, la COP30. Curiosamente, las voces más estridentes provienen de sectores que se autodenominan progresistas, muchos de ellos ubicados en centros urbanos del Sudeste de Brasil, como São Paulo, Río de Janeiro y Brasilia. Entre las críticas destacan la supuesta falta de infraestructura en la ciudad, la idea de que será una “COP de lujo” debido a las inversiones públicas, la supuesta ausencia de hospedaje adecuado y la dificultad de acceso para los participantes de las delegaciones.
Sin embargo, es necesario mirar estas críticas con atención y honestidad. Sí, reconocemos que Belém —como otras capitales del Norte— enfrenta déficits estructurales. Pero eso no es culpa de la ciudad ni de su población. Es el resultado directo de un modelo de desarrollo históricamente excluyente, que concentró inversiones, infraestructura y oportunidades en el Sur y Sudeste, mientras marginaba al Norte. Señalar estas dificultades sin reconocer esta raíz histórica es reforzar el estigma y la desigualdad sin abordar el verdadero problema.
Lo más grave es que esta mirada se está reproduciendo incluso entre quienes afirman combatir el sistema capitalista y sus formas de opresión. ¿Es realmente la estructura de Belém la que está en cuestión? ¿O estamos frente a una forma de prejuicio estructural que se manifiesta incluso en los discursos más aparentemente “progresistas”? Como nos recuerda Pierre Bourdieu, “la violencia simbólica se ejerce con la complicidad de quienes la sufren y de quienes la ejercen” —y muchas veces esa complicidad está tan naturalizada que pasa desapercibida.
La elección de Belém como sede de la COP no es solo geográfica: es simbólica, política e histórica. Es la oportunidad de colocar a la Amazonía en el centro de las decisiones climáticas, no como un paisaje exótico o como recurso natural, sino como territorio vivo, habitado, que produce conocimiento, resistencia y alternativas.
También es hora de recordar que la COP no debe ser, ni debería convertirse, en un festival de visibilidad política ni en una nueva versión de Woodstock. Lo que se ha convertido en norma en ediciones anteriores es una distorsión: conferencias con más de 50 mil personas, muchas de ellas lobistas de industrias que bloquean los avances de las negociaciones climáticas, como las petroleras. Es como mínimo contradictorio criticar la falta de estructura de Belém mientras se normaliza la ocupación masiva de estas conferencias por intereses económicos que sabotean las soluciones que la propia COP debería promover. ¿Cómo hemos normalizado este absurdo?
Vale recordar que las ediciones anteriores de la COP también enfrentaron desafíos similares. En Egipto y en Bakú, los movimientos sociales denunciaron graves dificultades de alojamiento, transporte y organización. En Bakú, incluso hubo casos concretos de expulsión de representantes de movimientos sociales de hoteles, para alojar a otros grupos, incluso con hospedajes ya pagados. Estos problemas son recurrentes en conferencias de esta magnitud. No son exclusivos de Belém.
¿Por qué, entonces, tanta indignación selectiva con la ciudad amazónica? ¿Por qué se toleran fallos en países del Medio Oriente o del Este europeo, pero se condena anticipadamente a una ciudad brasileña del Norte, con argumentos muchas veces cargados de prejuicios y desinformación?
Es hora de que los sectores progresistas se miren al espejo y se pregunten: al criticar a Belém de esta forma, ¿no están reforzando estereotipos coloniales, racistas y elitistas contra el Norte de Brasil? ¿No están reproduciendo, en la práctica, las mismas exclusiones que dicen combatir? Como dice el sociólogo, “no hay justicia social global sin justicia cognitiva global”. Y eso comienza por reconocer los saberes y territorios que han sido sistemáticamente marginados.
La Amazonía no necesita condescendencia —necesita respeto, escucha y reconocimiento. La COP en Belém es un hito, no un error. Y corresponde a los movimientos sociales de todo el país romper con los prejuicios históricos que aún insisten en dividirnos.
*Imagen destacada: Lula visita las obras del Parque da Cidade, espacio que acogerá la programación de la COP30 (Ricardo Stuckert/PR)





